domingo, 6 de julio de 2014

Pentágono

I.
Hay que partir de mi condición de pecesito contradictorio.
Enamorado de la vitalidad pero amante del sueño y víctima eterna de los déjà vu.
Que se olvida de un elefante pasándole por el frente pero recuerda sin problema la trayectoria del Nilo en alguna arruga del paquidermo.
Bucólico y bukowskiano declarado.
De sentimentalismo semejante a un pozo profundo que se vacía cada dos segundos.
Noctámbulo, pero fanático de los desayunos.
Blanco y negro que de a poquitos se va volviendo gris.
Pez y ave.  
Puerto y marea.

II.
Para enamorarme necesito evaporarme.
Necesito la fuerza arrolladora de una mirada directo a los ojos. Dos flechas que me desarmen el coqueteo. Que no me esquiven en Quemados, que puedan responder al juego con fuego. Poco me importa el color, con tal de que me miren y me fijen en su cráneo, para luego voltearse y fijar al resto del universo. Con tal de que me quemen por dentro, para luego hacer la siembra ena.mora.da

III.
Cuando me enamoro necesito amorarme.
Volverme fruta ácida y dulce, negra y roja, púrpura incluso. Necesito manos firmes que me arranquen sin pena de la comodidad de mi arbusto, que no teman pincharse con una espinita. Que me calienten y hagan de mí un dulce para comer al desayuno y a la tarde.

IV.
Los hombres bagre me desesperan.
Esos pes(c)ados de párpados caídos y mirada de cemento.
Pes(c)ados que aunque naden parezcan no moverse.
¡Ah, como los odio!
Con su chaqueticas de pana verde.té y sus camas sin arruguitas después de las ocho de la mañana.
Con sus manos húmedas como aletas de perezoso acuático. Temblorosas, sin trayectoria definida. Temerosas de una cintura.
Que dan sueño y no sueños.
Que no entienden mi pelo de moras (y demoras)
Que suenan a música de ascensor, que saben a comida de avión.
Café aguado y con azúcar, que no son ni lago ni río, sino torre imperturbable.
Vanos y babosos, como bagres.

V.
Para enamorarme, peligro que no se disfraza. La amenaza constante desde el día en que me mira -o desde el día en que lo miro mirarme-.
Ligeros, frenéticos o callados. Que sean y dejen de ser en ese mismo instante.
Que me abrumen y me apuren, que frenen en seco y me hagan salir del asiento.
Que en su quietud bullan por dentro y en su silencio griten quienes son.
De voz discreta y palabras directas.
Tiburones, pirañas, aguaceros, soles. Cielos huracanados. Café oscuro y manguito biche.

Inconclusos.






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