El reloj debería saltarse ciertas horas, porque son
demasiado hermosas para soportarlas. Solo duran 60 segundos, pero todo puede
pasar cuando se encuentran cuatro unos o un par de doces. Los relojes deberían
construirlos para que en esos minutos clave nada pudiera pasar, que de las seis
con cinco se pasara en 120 segundos a las seis con siete, y de dos veintiuno a
las dos veintitrés. Así esos 60 segundos quedarían vetados ante el conocimiento
humano, y un par de amantes que distraídos posan su mirada en la una y un minuto
no tendrían que olvidar ese pedacito de perfección una vez su tiempo juntos ha
terminado.