martes, 19 de noviembre de 2013

Cenit

Esta modorra perpetua –del cuerpo, no del alma: ella se la pasa fuera, no sé dónde, pero lejos- no rima con el trajín del día, la entrevista a noséquién sobre noséqué.

Y es por eso que el deambular del bus al medio día parece ser el único que se sincroniza con mis pulmones. Yo respiro, él avanza. Mis parpados pesan más que su armazón de colores.  Va tan rápido que atrás todos nos movemos como si nos zarandeara el aire. Va tan lento que si voy con alguien terminamos hablando sobre el clima y en el peor de los casos, sobre el tránsito (que por lo demás se me hace invisible a esta hora, yo sé que ahí está pero nada más porque lo escucho, la mirada la tengo fija en la ventana).

Por eso prefiero ir sola en los buses de medio día, para que mis pulmones se agiten con cada curva, cada esquina, cada semáforo en amarillo. La voz se encoje, siento como se hace bolita allá en la garganta y me dice, educada, que no la joda.  Toda yo soy ovillo por dentro y estatua por fuera. Cualquier gasto de energía se me hace tan trivial en los buses de las doce. Que se muevan ellos, que se mueva el pelo y el viento, que jueguen ellos. Yo me quedo quieta, supongo que es por el peso adicional del alma, que se monta en el bus conmigo y cuando me bajo, ella sigue por su lado. Mejor así, que ella vaya a lo suyo, que se pierda, que al menos ella se desboque mientras yo hago presentaciones en power point. Que los estados tan quietos y tan móviles que tengo cuando estamos las dos solas no cuadran con los informes y las notas, y la edición de la entrevista del noséquién sobre noséqué.

Porque si mi alma se queda conmigo no voy a terminar nada, ni a empezar nada. Me voy a quedar en trance, como montada en la silla del bus. Y que yo sepa, nunca nadie ha construido algo importante arrullado por el transporte público. Aunque tampoco conozco al primero que haya escrito una obra maestra tras terminar una tabla de Excel. 

lunes, 18 de noviembre de 2013

( P a r é n t e s i s )

Soplo
de viento

Sangre en las mejillas
Sal y agua en los ojos.

Mi lengua en sus pupilas
Sus manos en las mías
Hablemos.

Soplo
de viento

Tiempo que corre
atrás
  atrás
     atrás

¡Alto!

Tiempo que corre
     adelante
   adelante
adelante

Se detiene.

Soplo
de viento,
Huracán.

Me parto en dos,
Arriba y abajo.
Lloro porque caigo
                               Y me elevo.



viernes, 8 de noviembre de 2013

No tienes ningún amigo en San Petesburgo

Si uno se fija está hecho de dudas, por eso de la imposibilidad de predecir el viaje de un electrón. En el fondo somos pura incertidumbre. Materia y ondas, duales.Y aun así le tememos tanto a dejar puertas entreabiertas, viendo la luz que se prende y se apaga y sabiendo sin saber. Entonces reducimos la suerte a seis bolitas amarillas que lo van a hacer millonario, cuando ella está bullendo en las tripas. Y enseguida corremos a construir carreteras rectas, edificios altos, limpios, matemáticos, uno más uno dos y dos por tres seis. Y así mismito nos comportamos cuando construimos para adentro, porque a nivel emocional no somos electrones, y aunque quisiéramos creernos eso de que tenemos corazones nucleares, la verdad es que somos más aburridos que un sapo gordo que no soporta la incertidumbre de saber cuándo tiene que sacar la lengua. 

Entonces jugamos a eso de que nos vamos a querer para luego odiarnos, aunque unos hacen de cuenta que no y se mueren jugando a quererse. Pero nadie deja el juego inconcluso porque así son los sapos gordos, todo o nada. Las cosas a medias no van con nosotros, hijos del progreso, sapitos caprichosos. Y mientras tanto, mis electrones y los suyos dando vueltas tan improbables como posibles, el azar allá, definiendo si seguimos acá o si colapsa el universo.