lunes, 9 de diciembre de 2013

Sabbat solitario (sobre la bruja que me habita)

En ese huequito que se forma entre mis costillas, ahí tengo hospedada a una bruja. Ella, a diferencia de la bruja de la canción de niños, sale contenta a mojarse con los chaparrones. Le fascina el silencio porque así puede leerme el iris, y las manos y los lunares que me faltan. A la bruja que vive pegada de mis huesos la tienen sin cuidado mis alegrías, pero mis tristezas la atraen como a mí me atraen los piratas cojos, esos a los que le falta algo, no necesariamente una pierna. Le gusta leerme por anticipado, le gusta pasar las manos por mi almohada y hacer que yo me la pase de dejà vu en dejà vu.

La bruja de mis costillas sabe que me molestan esas supersticiones suyas. Sabe que no creo que la suerte sea aprehensible, que lo aleatorio pueda ser previsto. Pero después de tantos años de tenerla en el cuerpo, a veces me hago la dormida cuando ella sale a mirar el cielo y escucho de lejitos lo que tiene para decirme. Lo dice en murmullos, como arrullando a alguien. Pero yo la entiendo como si me estuviera gritando, como si me estuviera grabando en la carne esas predicciones suyas. Casi nunca le hago caso. Casi siempre me equivoco. "Pero soy humana", le digo, "Para eso vine al mundo, para no saber qué hacer". Ella se molesta y me empieza a arañar el corazón, que es el órgano que más cerquita le queda, como a cinco dedos de distancia. También le da por ampliar la casa, y me hace nudos en la panza para que no coma y la distancia entre costillas sea más grande. A mí me da rabia y me hago la que aquínopasónada. Pero ella es es una bruja y lo sabe todo. El problema de lidiar con gente que hace pactos con el diablo.

No sé porqué decidió quedarse en un cuerpo tan convencido de su propia mortalidad. Tal vez por eso mismo, para contrarrestar tanta intrascendencia. Esos signos etéreos que ella transforma en pasados, presentes y futuros a veces me impulsan a tomar decisiones muy reales, así sean las contrarias a las que me recomiendan los astros y las motas de polvo de mi piso sin barrer. Ella se queja, yo me hago la fuerte. Aquí pasó de todo, como siempre. Pero aquí no pasó nada, sigamos. Y entonces ella vuelve a calmarse y a no salir tan seguido, hasta que pasa otra nube que necesita ser descifrada. Y así nos pasamos la vida entera.

A veces no sé si nos queremos o nos odiamos. Poquito nos importa, porque sabemos que estamos condenadas una a la otra hasta que mis huesos ya no existan y ella se quede sin hogar. 

martes, 19 de noviembre de 2013

Cenit

Esta modorra perpetua –del cuerpo, no del alma: ella se la pasa fuera, no sé dónde, pero lejos- no rima con el trajín del día, la entrevista a noséquién sobre noséqué.

Y es por eso que el deambular del bus al medio día parece ser el único que se sincroniza con mis pulmones. Yo respiro, él avanza. Mis parpados pesan más que su armazón de colores.  Va tan rápido que atrás todos nos movemos como si nos zarandeara el aire. Va tan lento que si voy con alguien terminamos hablando sobre el clima y en el peor de los casos, sobre el tránsito (que por lo demás se me hace invisible a esta hora, yo sé que ahí está pero nada más porque lo escucho, la mirada la tengo fija en la ventana).

Por eso prefiero ir sola en los buses de medio día, para que mis pulmones se agiten con cada curva, cada esquina, cada semáforo en amarillo. La voz se encoje, siento como se hace bolita allá en la garganta y me dice, educada, que no la joda.  Toda yo soy ovillo por dentro y estatua por fuera. Cualquier gasto de energía se me hace tan trivial en los buses de las doce. Que se muevan ellos, que se mueva el pelo y el viento, que jueguen ellos. Yo me quedo quieta, supongo que es por el peso adicional del alma, que se monta en el bus conmigo y cuando me bajo, ella sigue por su lado. Mejor así, que ella vaya a lo suyo, que se pierda, que al menos ella se desboque mientras yo hago presentaciones en power point. Que los estados tan quietos y tan móviles que tengo cuando estamos las dos solas no cuadran con los informes y las notas, y la edición de la entrevista del noséquién sobre noséqué.

Porque si mi alma se queda conmigo no voy a terminar nada, ni a empezar nada. Me voy a quedar en trance, como montada en la silla del bus. Y que yo sepa, nunca nadie ha construido algo importante arrullado por el transporte público. Aunque tampoco conozco al primero que haya escrito una obra maestra tras terminar una tabla de Excel. 

lunes, 18 de noviembre de 2013

( P a r é n t e s i s )

Soplo
de viento

Sangre en las mejillas
Sal y agua en los ojos.

Mi lengua en sus pupilas
Sus manos en las mías
Hablemos.

Soplo
de viento

Tiempo que corre
atrás
  atrás
     atrás

¡Alto!

Tiempo que corre
     adelante
   adelante
adelante

Se detiene.

Soplo
de viento,
Huracán.

Me parto en dos,
Arriba y abajo.
Lloro porque caigo
                               Y me elevo.



viernes, 8 de noviembre de 2013

No tienes ningún amigo en San Petesburgo

Si uno se fija está hecho de dudas, por eso de la imposibilidad de predecir el viaje de un electrón. En el fondo somos pura incertidumbre. Materia y ondas, duales.Y aun así le tememos tanto a dejar puertas entreabiertas, viendo la luz que se prende y se apaga y sabiendo sin saber. Entonces reducimos la suerte a seis bolitas amarillas que lo van a hacer millonario, cuando ella está bullendo en las tripas. Y enseguida corremos a construir carreteras rectas, edificios altos, limpios, matemáticos, uno más uno dos y dos por tres seis. Y así mismito nos comportamos cuando construimos para adentro, porque a nivel emocional no somos electrones, y aunque quisiéramos creernos eso de que tenemos corazones nucleares, la verdad es que somos más aburridos que un sapo gordo que no soporta la incertidumbre de saber cuándo tiene que sacar la lengua. 

Entonces jugamos a eso de que nos vamos a querer para luego odiarnos, aunque unos hacen de cuenta que no y se mueren jugando a quererse. Pero nadie deja el juego inconcluso porque así son los sapos gordos, todo o nada. Las cosas a medias no van con nosotros, hijos del progreso, sapitos caprichosos. Y mientras tanto, mis electrones y los suyos dando vueltas tan improbables como posibles, el azar allá, definiendo si seguimos acá o si colapsa el universo. 

miércoles, 16 de octubre de 2013

Oxímoron

Maldito, maldito sea ese vicio mío de exagerarlo todo. Como si la grandeza de mis sueños fuera a compensar lo pequeño de mi cuerpo. Como si la sonrisa gigante no fuera un accidente. Todo, todo tan grande, tan totalitario, todo. Que más parezco un mar que un río, yo no fluyo, yo me estrello y me revuelco y me retuerzo cuando la luna está grande, y cuando está chiquita también. Que de golpe me llegan todos los años humanos y me siento abrumada con tanta gente y tantos buses y tantos edificios y televisores. Que así no se puede vivir, de pasión en pasión, de la risallantodellantoalarisa, que eso es muy feo me dice mi mamá.

Malditas, malditas sean estas ganas de tener el pelo largo, como si me fuera a servir para amarrar todo eso que se me olvida pero que al parecer importa mucho para ser un humano funcional. Que la verdad es que quiero el pelo largo para ver si me crecen las ideas, para ver si aprenden a fluir, y no a llegar de la nada y a irse así mismito. Que ya va siendo hora de ordenar este caos a ver si de una vez por todas engendro estrellas. Que eso del Todo es falacia, me dicen. Pero yo soy tan chiquita que si no lo siento Todo me parece que me desaparezco en cualquier momento.

lunes, 7 de octubre de 2013

Pretenciosa

A mí me gustás más cuando escribís sobre muchachas. Será porque yo soy una y guardo la esperanza de que hablés de mí. Y es que por más feminista que sea es imposible resistirse al deseo de ser musa, ninfa desnuda de campos, o ríos, o bosques. Porque despertar pasiones es fácil, o sino que lo digan esas tetas y piernas parlantes que salen de televisores cada vez más planos, más obtusos, más huecos por dentro, reductores de cerebros a microchips. Pero despertar el arte, moverte las letras y que las organicés pensando en mis calzones, ¡tarea complicada! Sobre todo porque no me conocés, porque te queda difícil escribir sobre mis escasos lunares o mi sonrisa fácil. Pero aun así, me gustás más cuando escribís sobre muchachas, el ego femenino le gana al intelectual. Narrame sin saberlo, poeta genérico no. 3.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Alone Together

Las palabras se hicieron para usarlas. Para ponérselas y sacarlas a pasear. Para acariciarlas, en el caso de Gardel, y para arañarlas en el de Cobain. Ellas agradecen ambos usos. Disfrutan salir a la calle, o al aula, o a la habitación oscura a las tres de la mañana. Porque para eso son las palabras: para usarlas. 

No hay nada que mate más a una palabra que quedarse flotando en el vacío, sobre todo si iba acompañada de un interrogante. Es como si nunca hubiera existido, es condenarla a la soledad por los siglos de los siglos. Las preguntas abiertas dan pie a la confusión, y las palabras se usan para ordenar el caos, principalmente. La palabra y el silencio no se llevan muy bien. La humildad de ella, que se expone, se siente ofendida con la arrogancia de él. 

Solo es posible el silencio después de un punto. Nunca después de una pregunta. Nunca. 

lunes, 19 de agosto de 2013

Lo irremediable de la muerte

"No muerdas la mano que te da de comer". Pero podés rechazarla, negarla, irte caminando sin explicaciones. Y ahí empezás a morirte. Comienza la abulia, el cansancio. Claro, tenés hambre. Pero decidiste que la mano que te da de comer te cansó. Sus uñas demasiado cortas, los dedos demasiado fríos. Ella, demasiado insistente. Y ya no querés hacer nada. Claro, se te van las fuerzas. Se te marcan los huesos, la lengua no te responde. Ya no querés estar más aquí. Demasiados años, demasiada vida vivida. Y no sos lo que eras. Ni la sombra, ni el recuerdo, ni nada. Te vas volviendo pequeñito. Claro, si no comés. Pero vos le echas la culpa a la mano que te da de comer, por fea, por vieja, por ser siempre la misma.


Se te cae el pelo.
Tenés frío, tomás el sol como las plantas. Quieto, apático, vegetal.
Temblás al pararte.
Te queda sin músculos que te sostengan la sonrisa.
Y, como no sos ningún héroe, llega la muerte, de a poquito, a tus ojos. 


Y te morís sin darle gracias a a mano que te dio de comer. Porque terminaste aborreciéndola, porque te violaba la boca metiendote comida y pastillas a cucharadas, a ver si vivías. Y cuando ya ni agua podés recibir, te das cuenta que la mano estaba pegada a un cuerpo. Y a un rosto ahogado en agua salada. Y querés vivir, y tratás de alzar la cabeza para comer algo, pero no puedes, porque ya no tenés huesos, ni músculos, ni nada. Solo vos y tu abulia, para siempre. 

sábado, 10 de agosto de 2013

Incertidumbre

En mis sueños todavía nos sueñas soñando nuestra vida soñada. Y toda esta cacofonía no es gratuita, porque así fuimos nosotros, un montón de palabras dichas una y dos y tres veces, solo para asegurarnos que sí era real, que sí eras tú besándome la sonrisa y sí era yo besándote los lunares.

Soñarsoñarsoñarsoñar. A veces de tanto repetir una palabra nos resulta ajena, un montón de símbolos que juntos deberían significar algo, pero aunque lo intentemos para nosotros solo son letras lanzadas al azar en el papel, sólo son números lanzados al azar en el reloj, son animales escogidos al azar de las praderas africanas. Y las palabras que nunca antes dijimos parecen ser las únicas que tienen sentido, y decidimos usarlas. El nosotros se transforma en yo, y la sonrisa vuelve a ser de autoría propia.


Tal vez lo que necesitamos es dejar de decir nuestras palabras, a ver si recordamos su significado. Ojalá un día nos encontremos y después de tanto silencio, podamos hablarlas de nuevo, gritarlas, dejar que nos llenen la boca de flores. O quizás podamos hablar unas nuevas, desconocidas, recién nacidas. Ojala ese día si te sueñas solo, yo me sueñe sin tí, y si te sueñas conmigo, yo lo haga a tu lado. Ojalá nuestros sueños se alineen otra vez.


lunes, 29 de julio de 2013

El Sueño de la razón produce monstruos


El reloj debería saltarse ciertas horas, porque son demasiado hermosas para soportarlas. Solo duran 60 segundos, pero todo puede pasar cuando se encuentran cuatro unos o un par de doces. Los relojes deberían construirlos para que en esos minutos clave nada pudiera pasar, que de las seis con cinco se pasara en 120 segundos a las seis con siete, y de dos veintiuno a las dos veintitrés. Así esos 60 segundos quedarían vetados ante el conocimiento humano, y un par de amantes que distraídos posan su mirada en la una y un minuto no tendrían que olvidar ese pedacito de perfección una vez su tiempo juntos ha terminado.