No hay nada que mate más a una palabra que quedarse flotando en el vacío, sobre todo si iba acompañada de un interrogante. Es como si nunca hubiera existido, es condenarla a la soledad por los siglos de los siglos. Las preguntas abiertas dan pie a la confusión, y las palabras se usan para ordenar el caos, principalmente. La palabra y el silencio no se llevan muy bien. La humildad de ella, que se expone, se siente ofendida con la arrogancia de él.
Solo es posible el silencio después de un punto. Nunca después de una pregunta. Nunca.