miércoles, 23 de julio de 2014

La Duda

La epidemia de La Duda comenzó con el pulgar oponible, los signos reorganizables y creadores de eso que se ha denominado alma, ubicado en el valle entre los senos. Hasta el día de hoy, poco se sabe sobre ella: es un bichito, póngale el color que más le guste. El olor de la gente liviana y curiosa la embriaga y la atrae. Imposible bloquear su entrada, por eso es que en cualquier alma sana, encuentra usted a La Duda.

Milllones de generaciones infectadas nos han mostrado la simpleza de su infección: cuando el alma se encuentra en un buen lugar, el bicho la incita a moverse. Cuando por fin las letras creadores encuentran su ritmo al son del boogaloo, la infección la seduce y hace que se quede a dormir. Es una oposición a la tendencia estabilizadora de la vida, y por eso desgarra, y por eso aterroriza. A los niños les cuentan historias del Coco y de La Duda, ese ser que a punta de aleteo puede revolver las hojas de los miles de árboles en el valle entre los senos.

Por sus efectos devastadores, los científicos han investigado a La Duda desde que existen los pulgares oponibles. Que es la peor de las pestes, una infección mortífera e incurable, dijeron durante siglos. Pero era tan común que se quedara a vivir en las buenas almas, que se vieron obligados a revisar estas teorías. Con el bicho acechando sus valles internos, se dieron cuenta de que cuando las almas dejan de sentir los dolores de La Duda, éstas experimentan nuevas dolencias: trasegar infinito, postración eterna. Muerte causada por no detenerse a tomar agua en un caminar absurdo. Muerte causada por amputación voluntaria de las piernas.

Fue un astrónomo quien propuso la nueva hipótesis. "La Duda" -afirmó- "es en realidad elemento indispensable para la sanidad del alma. Es la tendencia caótica el universo equilibrando la tendencia organizadora de los organismos. El alma sana duda, y en consecuencia, duele". Causó revuelo. Incubó dudas, por lo que fue acusado de llevar a cabo un atentado terrorista con armas biológicas. Lo perdonaron cuando prometió tener la cura para la terrible infección. Se arrepintieron cuando después del indulto, en un acto público organizado por aquellos que no dudan, pronunció "¡presenciad la cura de La Duda!" e inmediatamente, se pegó un tiro en la frente.



domingo, 6 de julio de 2014

Pentágono

I.
Hay que partir de mi condición de pecesito contradictorio.
Enamorado de la vitalidad pero amante del sueño y víctima eterna de los déjà vu.
Que se olvida de un elefante pasándole por el frente pero recuerda sin problema la trayectoria del Nilo en alguna arruga del paquidermo.
Bucólico y bukowskiano declarado.
De sentimentalismo semejante a un pozo profundo que se vacía cada dos segundos.
Noctámbulo, pero fanático de los desayunos.
Blanco y negro que de a poquitos se va volviendo gris.
Pez y ave.  
Puerto y marea.

II.
Para enamorarme necesito evaporarme.
Necesito la fuerza arrolladora de una mirada directo a los ojos. Dos flechas que me desarmen el coqueteo. Que no me esquiven en Quemados, que puedan responder al juego con fuego. Poco me importa el color, con tal de que me miren y me fijen en su cráneo, para luego voltearse y fijar al resto del universo. Con tal de que me quemen por dentro, para luego hacer la siembra ena.mora.da

III.
Cuando me enamoro necesito amorarme.
Volverme fruta ácida y dulce, negra y roja, púrpura incluso. Necesito manos firmes que me arranquen sin pena de la comodidad de mi arbusto, que no teman pincharse con una espinita. Que me calienten y hagan de mí un dulce para comer al desayuno y a la tarde.

IV.
Los hombres bagre me desesperan.
Esos pes(c)ados de párpados caídos y mirada de cemento.
Pes(c)ados que aunque naden parezcan no moverse.
¡Ah, como los odio!
Con su chaqueticas de pana verde.té y sus camas sin arruguitas después de las ocho de la mañana.
Con sus manos húmedas como aletas de perezoso acuático. Temblorosas, sin trayectoria definida. Temerosas de una cintura.
Que dan sueño y no sueños.
Que no entienden mi pelo de moras (y demoras)
Que suenan a música de ascensor, que saben a comida de avión.
Café aguado y con azúcar, que no son ni lago ni río, sino torre imperturbable.
Vanos y babosos, como bagres.

V.
Para enamorarme, peligro que no se disfraza. La amenaza constante desde el día en que me mira -o desde el día en que lo miro mirarme-.
Ligeros, frenéticos o callados. Que sean y dejen de ser en ese mismo instante.
Que me abrumen y me apuren, que frenen en seco y me hagan salir del asiento.
Que en su quietud bullan por dentro y en su silencio griten quienes son.
De voz discreta y palabras directas.
Tiburones, pirañas, aguaceros, soles. Cielos huracanados. Café oscuro y manguito biche.

Inconclusos.