sábado, 18 de octubre de 2014

Lo siento, pero lo siento.

Me cuesta entender el mundo despegado de mí. Va, mejor: me cuesta aprehender la vida creando fronteras entre el mundo y yo. Finalmente si algo se estrella con mis pupilas y viaja como electricidad a mi cerebro y allá se convierte en imagen, ya está dentro de mí, ya soy yo.

Lo mismo con las historias que me cuentan.

Es imposible que me cueste tanto escribirlas si ya me entraron por las orejas, si ya olí y comí con ellos el almuercito a cinco mil, si ya me escampé del aguacero y ya me maravillé con el mismo árbol que el criador de perros y gallinazos ha sembrado ya doce veces en el mismo campo de golf.

Si bueno, eso si mi memoria no se empeñara en borrar lo que pesa ¡error freudiano! iba a escribir: 'lo que me pasa'. ¿Vio? borro lo que me pasa y pesa, osea, todo. O bueno, casi todo. No borro lo que nace dentro: eso no.

La impresión se va, la sensación no.

Mire, siempre que explico mi posición digo "yo siento que". No "yo pienso que" o "yo creo que". Siento -¡ahí voy!- que la gente se podría dividir entre la que siente que, piensa que y cree que. Estar entre las primeras implica que todo lo que le pasa a uno hace que le florezca el alma (ah si, también somos muy cursis). Necesito apropiarme de las impresiones porque si no lo hago, se pierden.

Se borran porque me aburren, por eso siempre es mejor que me abrumen.

Siempre.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Un, dos, tres, líquido blanco, kleenex, a la basura, a la cama. Repetir ad infinitum.

Que no hombre
que no es por goda, ni por feminista
simple y llanamente
el porno me aburre.

Su moralismo disfrazado de libertad, de copula animal
¡Pero por favor!
Si lo único que les falta es ponerle lucecitas LED a los pezones,
y purpurina al semen
y ensanducharlo entre otras dos comedias en el prime time de Warner Channel.

El porno es tan reaccionario que todavía le teme a lo que no se ve. Por eso lo muestra todo, para probar que en él nacen y mueren deseos y orgasmos. Que sí, que sí es sexo, y lo disfrutan, o sino escuche los
griiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiitos eternos y exagerados
mire los
peeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeenes largos
los agujerOs prOfundOs.
la purpurina, perdón, los fluidos.

No hay ondulaciones en el porno, por eso no hay en él sensualidad.
La ondulación
es caprichosa, como el deseo, y nace y muere
como el deseo
cuando y cómo
se le da la regalada gana.

Se mueve a voluntad entre la línea y la forma, muta. Por eso no me engañan con eso de la 'flexibilidad' de aquellas piernas abiertas en 180: siguen siendo ángulos rígidos, analizables, medibles, cuantificables, modificables mediante ecuación.

La ondulación es perturbación
                                             (de tiempo y espacio)
  no planeada
e impredecible
¡Inconcebible! dejar una duda, una puerta cerrada: hay que dar puertas y piernas y bocas y vulvas abiertas a las mentes y puertas y cajas de kleenex cerradas.
La incertidumbre no vende.
Por eso no le ponga misterio:
No hay misterio en el porno, porque eso, lo desconocido,
eso sí es inmoral.

sábado, 13 de septiembre de 2014

Diatriba a Graham Bell

La culpa es de las patentes.

Sé que si en lugar de su sonoro apelativo el teléfono hubiera quedado con el nombre elegido por su verdadero progenitor, la historia sería otra y yo no tendría porqué explicar mi aversión a este aparatejo.

Teletrófono.

Suena a engendro, ¿no? suena a un dinosaurio tontico y enfermo, verdeviscozo, rígido y compacto.
Suena a que por nada del mundo pondría mis manos sobre un teletrófono. Con ese nombre, el invento estaba destinado al fracaso.

Pero el ingenioso Graham Bell le quitó una sílaba y le dio la sonoridad que merecía tan prodigiosa creación.

Teléfono.

Elegante, simple, sencillo. Las damiselas hablan por teléfono, los caballeros tienen uno en su sala, ¡teléfono, teléfono! maravilloso escuchar voces incorpóreas. El futuro está llamando, madame, ¿quiere que le diga que está usted en casa?

Pues no. Dígale que salí.

Dígale que no me interesa una voz sin rostro, una voz sin boca y sin lengua para besar. Dígale que prefiero unos dedos juguetones que se mueven sobre teclas o alrededor de un lápiz que me escribe.
Dígale que para qué quiero una jodida voz que me distrae, que no me deja hacer nada más, pero que al mismo tiempo no me ofrece tanto como un cuerpo completo.
Dígale que para qué quiero la pérdida de privacidad que implica hablar con el ausente, sin estar con él en realidad. Pregúntele que quién le da el derecho de perturbarme el silencio.
Dígale al futuro que yo sé el verdadero nombre de su intermediario y que es tan disonante como el
riiiiiiiiiiing
              riiiiiiiiiing
                          riiiiiiiiiiiiiing pataletoso que anuncia su llegada.

O la pataletosa seré yo. Demás que sí. Pero no me importa. Los teletrófonos me atrofian, ¿o será que nací atrofiada para ellos?

Ojalá el Mr Watson no hubiera ido cuando Alexander lo llamó por primera vez en la historia y le dijo "Mr. Watson, come here, I need you".

lunes, 18 de agosto de 2014

La Ephemera

Miren: es muy simple. Soy muy simple. Simple y dispersa.
No se me puede exigir atención fija, tensión prolongada de los músculos, estrategia, concentración. O si lo hacen, no esperen que escatime en lágrimas de frustración. Les voy a contar un secreto: nunca he terminado un sudoku y tampoco un crucigrama, siempre me aburro, me parece absurdo buscar una respuesta que en el caso de los primeros, requiere tener en cuenta demasiadas variables; y en el de los segundos, sé de antemano que no tengo (¿por qué habría de conocer el instrumento musical que toca una tribu de la China oriental?).

Hacer zoom en actividades por períodos prologados de tiempo me cansa. La cámara fija no es mi amiga. Cuando se me obliga a conservar la quietud interna, siento que le ponen una jaula a mis neuronas, felices y acostumbradas a las divagaciones sin fin. Está bien, tal vez no produciré nada memorable por esa incapacidad para centrarme, para complejizar, para hilar ideas y hacer libros cosidos y con pasta dura. No me importa, así he vivido y así disfruto vivir. Algo saldrá. Me gusta mucho el desenfoque, los bordes difusos, las figuras fantasmagóricas, los rostros cuyas emociones no se descubren fácilmente, no porque no estén allí, sino porque no se dejan ver gracias a un trasegar perpetuo o a que intencionalmente me muevo cada vez que los miro. Me gusta perderme cuando no debo y copiar que el ensayo final es para mayo, aun cuando estoy en agosto. Me gusta que me reprochen vivir en otro mundo, porque este ya está muy jodido. Y bien jodido. Hace poco, alguien de rostro indescifrable me mostró un artículo en el que señalaban lo necesario que es divagar para mente humana. Decía el texto que quizás lo que nos tiene tan tristes es atar la cabeza todo el tiempo a tareas complicadas. Que quizás somos tan inútiles porque encerramos el tiempo libre en una cajita de cables con conexión a wifi y con una mesita de noche llena de sudokus y crucigramas. Que el aterrarse por darle libertad al coco es un mal síntoma de este cuerpo de Homo sapiens que somos. Sentí el artículo como una pequeña victoria de las mentes dispersas que conozco. De la que salió con dos zapatos distintos, de la que siempre olvidaba porqué estaba molesta, de la que nunca me pagó aquella deuda -tranquila, yo no recuerdo tampoco que usted tiene una deuda conmigo-.

Resolver no va conmigo, revolver sí. Siempre he sido más de Cadáver Exquisito que de partida de ajedrez. No me pesan los juegos inconclusos, la X sin despejar, el rompecabezas a medias, la serie flotante. No me pesan los espacios vacíos entre manecillas, al contrario, ¡no hay nada más excitante para mí que tener la libertad de rellenar, a mi gusto, silencios y tictoc, tictoc, tictoc!

***

Paradójicamente, anhelo las miradas fijas, pues las saboreo con la mía. 

miércoles, 6 de agosto de 2014

Génesis. 7:10

Llueve lluvia. Cielito lindo encapotado, llueve furioso, contenido ya tantos meses. Llueve bonito, llueve.

Que caigan las golondrinas que han hecho el verano, que el invariable e inmutable azul pierda nitidez. Que se empañen las gafas. Que se mojen los rostros.

Que llueva en la noche cuando estoy sola. Que sea una prueba a mi temple, a mis nervios, al verdadero estado interior, porque con sol es muy fácil confundir la alegría con vestiditos ligeros y la tristeza con modorra. El calor me calma, le sienta bien a mis piernas, a mi pelo que brilla contento, a mi ritmo que se mueve coqueto. En los días azules y claros y puros leo y me duermo. Me duermo y despierto demasiado sudorosa para hacer algo diferente a sentir la sangre correr, la piel palpitar, las costillas expandirse y contraerse. Contemplo, pero son poquísimos los giros internos.

Por eso me gusta que llueva, que llueva, la bruja está en la cueva. En el cuerpo quieto a mitad de semana, escucho a mi coco despertarse. Ese cuerpo quieto y con frío me obliga a buscar horizontes más cómodos. Horizontes flotantes donde el sonido del grafito sobre la hoja blanca se acompase con la lluvia mejor que un par de caderas.

Que llueva, que llueva, que la bruja salga de la cueva. Que el rugido de los chaparrones calle a los pajaritos.

Que llueva, que el coco se engulla, casi con lujuria, páginas eternas. Que me haga costra y yo trate de quitarla en vano a punta de letras.

Que llueva, que llueva, la bruja ya no está en la cueva.  Lanzado el maleficio, solo resta ejecutarlo. Sobarse las neuronas con juegos de palabras húmedas, empapadas y seductoras. Llueve porque había que justificar mis calzones mojados. Que son púrpura como el cielo antes de escupir luces blancas y gritos -rugidos- altaneros.

Que llueva, que llueva bonito. Que llueva constante. Que no se quede callado el cielo, para que me diga de manera involuntaria cuando dejar de escribir.

Que llue.va.

miércoles, 23 de julio de 2014

La Duda

La epidemia de La Duda comenzó con el pulgar oponible, los signos reorganizables y creadores de eso que se ha denominado alma, ubicado en el valle entre los senos. Hasta el día de hoy, poco se sabe sobre ella: es un bichito, póngale el color que más le guste. El olor de la gente liviana y curiosa la embriaga y la atrae. Imposible bloquear su entrada, por eso es que en cualquier alma sana, encuentra usted a La Duda.

Milllones de generaciones infectadas nos han mostrado la simpleza de su infección: cuando el alma se encuentra en un buen lugar, el bicho la incita a moverse. Cuando por fin las letras creadores encuentran su ritmo al son del boogaloo, la infección la seduce y hace que se quede a dormir. Es una oposición a la tendencia estabilizadora de la vida, y por eso desgarra, y por eso aterroriza. A los niños les cuentan historias del Coco y de La Duda, ese ser que a punta de aleteo puede revolver las hojas de los miles de árboles en el valle entre los senos.

Por sus efectos devastadores, los científicos han investigado a La Duda desde que existen los pulgares oponibles. Que es la peor de las pestes, una infección mortífera e incurable, dijeron durante siglos. Pero era tan común que se quedara a vivir en las buenas almas, que se vieron obligados a revisar estas teorías. Con el bicho acechando sus valles internos, se dieron cuenta de que cuando las almas dejan de sentir los dolores de La Duda, éstas experimentan nuevas dolencias: trasegar infinito, postración eterna. Muerte causada por no detenerse a tomar agua en un caminar absurdo. Muerte causada por amputación voluntaria de las piernas.

Fue un astrónomo quien propuso la nueva hipótesis. "La Duda" -afirmó- "es en realidad elemento indispensable para la sanidad del alma. Es la tendencia caótica el universo equilibrando la tendencia organizadora de los organismos. El alma sana duda, y en consecuencia, duele". Causó revuelo. Incubó dudas, por lo que fue acusado de llevar a cabo un atentado terrorista con armas biológicas. Lo perdonaron cuando prometió tener la cura para la terrible infección. Se arrepintieron cuando después del indulto, en un acto público organizado por aquellos que no dudan, pronunció "¡presenciad la cura de La Duda!" e inmediatamente, se pegó un tiro en la frente.



domingo, 6 de julio de 2014

Pentágono

I.
Hay que partir de mi condición de pecesito contradictorio.
Enamorado de la vitalidad pero amante del sueño y víctima eterna de los déjà vu.
Que se olvida de un elefante pasándole por el frente pero recuerda sin problema la trayectoria del Nilo en alguna arruga del paquidermo.
Bucólico y bukowskiano declarado.
De sentimentalismo semejante a un pozo profundo que se vacía cada dos segundos.
Noctámbulo, pero fanático de los desayunos.
Blanco y negro que de a poquitos se va volviendo gris.
Pez y ave.  
Puerto y marea.

II.
Para enamorarme necesito evaporarme.
Necesito la fuerza arrolladora de una mirada directo a los ojos. Dos flechas que me desarmen el coqueteo. Que no me esquiven en Quemados, que puedan responder al juego con fuego. Poco me importa el color, con tal de que me miren y me fijen en su cráneo, para luego voltearse y fijar al resto del universo. Con tal de que me quemen por dentro, para luego hacer la siembra ena.mora.da

III.
Cuando me enamoro necesito amorarme.
Volverme fruta ácida y dulce, negra y roja, púrpura incluso. Necesito manos firmes que me arranquen sin pena de la comodidad de mi arbusto, que no teman pincharse con una espinita. Que me calienten y hagan de mí un dulce para comer al desayuno y a la tarde.

IV.
Los hombres bagre me desesperan.
Esos pes(c)ados de párpados caídos y mirada de cemento.
Pes(c)ados que aunque naden parezcan no moverse.
¡Ah, como los odio!
Con su chaqueticas de pana verde.té y sus camas sin arruguitas después de las ocho de la mañana.
Con sus manos húmedas como aletas de perezoso acuático. Temblorosas, sin trayectoria definida. Temerosas de una cintura.
Que dan sueño y no sueños.
Que no entienden mi pelo de moras (y demoras)
Que suenan a música de ascensor, que saben a comida de avión.
Café aguado y con azúcar, que no son ni lago ni río, sino torre imperturbable.
Vanos y babosos, como bagres.

V.
Para enamorarme, peligro que no se disfraza. La amenaza constante desde el día en que me mira -o desde el día en que lo miro mirarme-.
Ligeros, frenéticos o callados. Que sean y dejen de ser en ese mismo instante.
Que me abrumen y me apuren, que frenen en seco y me hagan salir del asiento.
Que en su quietud bullan por dentro y en su silencio griten quienes son.
De voz discreta y palabras directas.
Tiburones, pirañas, aguaceros, soles. Cielos huracanados. Café oscuro y manguito biche.

Inconclusos.






miércoles, 28 de mayo de 2014

Señor Enterrador

Decir que Cortázar debe revolcarse en su tumba cuando usted nos hace leerlo es quedarse en lo obvio. Cada que lo veo sentado allá arriba, con su sillita y su vaso de agua que nadie más puede tocar, siento que mientras el gaucho afrancesado juega rayuela en las tumbas del cementerio de palabras, usted es el maldito administrador del asunto. ¿Cómo quiere el entierro? ¿246, o 245 flores? ¿ataúd en en gris rata, o en gris de mi pelo? Se relame usted con la muerte de las palabras.

Su voz, formol.
Sus ojos, hornos crematorios.
Su lengua, la pala que cava contenta tumbas profundas.

A veces me pregunto si con fines estrictamente comerciales, no será cómplice en los asesinatos. Usted sabe, como administrador de cementerios le conviene una alta taza de mortalidad. Por eso me pregunto si no incentivará palabras rimbombantes que se ahoguen sobre su propio peso, ridículas cacerías de matrimonios prohibidos, silencio espectral cada que hace una intervención desde su escritorio.

Me gusta imaginarme entonces que cuando las palabras salen de su boca con el ritmo de un moribundo, Cortázar pierde la cabeza y se le vuela la piedra, deja el juego en el número 11 antes de llegar al cielo y pega el grito allí mismo "¡maldito viejo anquilosado! ¡aprenda a jugar!" Pero como usted no lo escucha, más bien el Gaucho gigante se dedica a tallar en todas las lápidas el siguiente epitafio:

Crear las reglas no es convertir el juego en trabajo, señor enterrador.

lunes, 12 de mayo de 2014

Sobre la nostalgia y otros cuerpos celestes

De los dolores sabrosos del alma, esos que llegan en forma de olas meciéndose suavecito, me quedo con la nostalgia sobre la melancolía. De ella me gusta que sea regreso y dolor, que sea saudade. Que rete a mi muy desarrollada capacidad del olvido. Que requiera un pasado bien clarito que pueda desdibujarse, moldearse y  remodelarse cuando y como a uno se le de la gana.

Me gusta que sea estar sin estar, que no importe si al trazar la línea se siguen los puntos o se pinta en una hoja en blanco, pues cualquier versión del recuerdo traerá consigo la tranquilidad y la angustia del pasado. La nostalgia es tener la certeza de que en algún momento uno existió. Pero al mismo tiempo es torturarse con la espantosa posibilidad de haber vivido ya cualquier cosa memorable. Es mirar una estrella: saber que los ojos están viendo el pasado, pues el presente es pura ausencia.

La melancolía en cambio es una masa sin pies ni cabeza. Cuando no es un capricho, es un vicio un tanto más saludable que el alcohol y un tanto menos que la escritura. Así como las nebulosas tienen dentro de sí la posibilidad de crear estrellas o son el resultado de una ya muerta, la melancolía contiene todos los dolores, o es producto de uno ya extinto. Es una tristeza perpetua que todo lo alberga ¡muy bello! diría uno. Pero la trampa de tenerlo todo es que en realidad no se tiene nada. Y en las dualidades siempre escojo la peor opción. Nada puedo hacer: dicen los astros que soy pesimista y nostálgica de nacimiento.

sábado, 3 de mayo de 2014

Doce soledades no tan solas

Todos con alguien menos ella, que hasta los viejitos crápula jugadores de ajedrez le quedan mal.

Soledades soleadas.

Sol.edades. En su cráneo dos bombones rubios: el de todos, allá arriba; y él, de ella, el de los cinco minutos que bastarán para sanarla. En sus labios la cebada, rubia y también sola.

El paisaje de siempre en los ojos: las hojas y el viento y la violencia del blanco chocándose contra las voces chillonas de los niños.

En las tripas la calma, la unidad completa que al menos por hoy no quiere ser perturbada. La voz que muere cada tanto, los músculos que dejan de existir como si de una pequeña muerte se tratara.

Ella y los cuatro lunares cardinales, ella y ella, la otra, la de siempre, la que condenó una bruja al decirle que pocos serían los cruces y que el único profundo, del alma, estaría sujeto al azar, a la casualidad, a esa línea que le apunta segura a su dedo anular. Aun así, quiere creer que la fortuna no le apunta a su corazón.

Corasol.

Sola como el sol. Soleada.s.olas de calor.
Sol solecita sola, por hoy por mañana, por toda la semana.
Que le cambien el nombre. Por Sol. Por Soledad. Por Paz.

martes, 29 de abril de 2014

Baobab

Estoy cansada. Me mamé de la eterna posibilidad, la eterna pregunta abierta, el silencio altanero gritándome todo y nada al mismo tiempo. Quiero tener de donde amarrar este desorden. Quiero tener donde anclar esta nube que tengo por cabeza, para llorar con ganas, gemir con ganas, reír con ganas. Algo que me ate. Unas raíces para este cielo. Un piso firme, un lugar seguro. Es que fíjese que ya perdí el equilibrio. Antes yo misma era ese lugar. Todo bien, pies sobre la tierra, cuerpo largote que remataba con la cabeza metida en el espacio. El problema es que con cada paso el cuello se me iba alargando, y como yo andaba feliz untándome de estrellas no me daba cuenta de que el cuello se iba volviendo delgadito, hasta que un día se volvió un hilito un humo, y bien sabe que el humo no sirve mucho para pegar cabezas a ninguna parte. Entonces sin cuello ya no tengo pies, ya me volé tanto que la gravedad no me afecta, y salgo disparada hacia ninguna parte. ¿Se vio 'Gravity'? así como cuando a Sandra Bullock se la empieza a engullir el vacío -que no es vacío- pero si es muy solo. No quiero estar sola conmigo misma para toda la eternidad. Soy demasiado similar a un árbol para estar flotando en el espacio: necesito el viento, el sol, la lluvia, las cometas, las tormentas. Que no se decidan cuando soy más bella, si cuando agonizo, cuando muero, o cuando vivo una vez más. Necesito que en mí hagan nidos. Que me llamen hogar, que me llamen patria. Necesito la paz de los días de sombra, la sed de las sequías, el ir volando por el mundo en forma de semilla.

Crecer, subir, escalar, verlo todo, sentirlo todo; dar frutos, muchos frutos.

Necesito flores, siempre y siempre. Ver una y mil veces el mismo jodido atardecer, hasta inventar, uno por uno, cada color que lo compone. Si Monet pintó 31 veces la luz sobre la Catedral de Ruan, ¿por qué yo no puedo escribir mil y un luces de atardecer? Ah, ¡la luz! engullirla para salir de la tierra, beberla como bebo también el agua subterránea. Entrar en la tierra. Llegar hasta el fondo, quemarme las plantas por el centro que bulle rabioso. Tomarlo todo de la oscuridad, expandirme sin que nadie lo note. Abrazar el mundo en secreto. Sumergirme en la mierda, en los muertos, en las piedras, con los gusanitos elásticos y ciegos haciéndole compañía a mis raíces. Deformar una acera a miles de ciudades de distancia, hacerle imposible el caminar a las mujeres de tacones. Esculcar calladita, partirme unayotrayotrayotra vez. Necesito atarme fuerte, muy fuerte, para poder elevarme alto, muy alto.

sábado, 12 de abril de 2014

Aunque me inunden el alma

Tengo un dolorcito en el pecho de historias agolpadas.
De nostalgias futuras.

Del allá entran las historias, que tienen forma de hilos.
Entran por los ejes cardinales a través de mis capilares, esas ramitas cercanas a la punta de los dedos que sirven como cables transmisores del afuera. Entonces entran los hilitos del mundo y se confunden con la sangre, y mientras fluyen apacibles se van juntando las historias del dedo meñique con las del índice en la muñeca, las de los párpados con los labios en la garganta, las de los pies con las del ombligo en las costillas.

Y después, todastoditastodas, tout, every single one of them, dejan de ser apacibles.
Se aglutinan en el centro y como en el de la tierra, arden.
Se empujan, buscan lentas pero furiosas la salida.
Mis torrentes líquidos chocan con la caverna de hueso que edifica mi esternón.
No hacen ruido, pero ¡ay! si queman sabroso.
No hacen ruido, pero ¡ay! me duelen en el centro, en el valle entre mis senos.

Crean en mí un salto del Tequendama,
aunque en lugar de poetas y suicidas enamorados
Mi salto tiene agua de fuego
Agua furiosa de aquello que aun no ha sido nombrado.

Solo son dolorcitos acuáticos.
Mis dolorcitos acuáticos.
Por eso los quiero
Y los querré.

domingo, 6 de abril de 2014

Verbo y carne

¡Tóqueme!
Es orden, es súplica, es mi boca buscando la suya, son sus manos tocándome la pierna, calorcito delicioso que me parte en dos, en tres, en cuatro, cuatro manos, diez dedos, dos lenguas ¿dos? no, se multiplican, y la saliva, y el pelo, y los senos, la boca.

Tóqueme, que si no es por sus manos en mi cintura yo como que me voy desapareciendo, me pierdo, áteme con su lengua a la carne, y con el beso a la médula, ¡la médula! maravilloso camino que dibujan mis huesos inundados en sudor.

Ámeme si quiere, si quiere úseme, si quiere las dos, o ninguna, pero disfrúteme.
Constrúyame, destrúyame, moldéeme a su gusto con ese par de manos repletas de dedos.

Tóqueme. ¿es orden? ¿es súplica?

No, es imperativo.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Maracuyá

Vos sabes que las plazas eran una vaina desconocida para mí. No te riás, que yo te he dicho cómo era en mi casa, si yo sé, ni se te ocurra contarme otra vez la historia de cuando conociste el mar. Bueno, ¿vas a dejar que te responda o no? Seguíme contando. Cuando entré yo sentí que los primeros segundos se me apagaron los ojos y a los pies le salieron raíces y me cortaron las orejas, y todas mis neuronas se dedicaron a oler. Es que yo nunca había olido nada que no fuera la comida de mi casa, ya en el plato. Fíjate que la asepsia es un valor indiscutible de la gente como mi familia, están obsesionados con la mutilación de la nariz, como si usarla mucho les fuera a dañar la operación para respingarla.

Entonces imagínate, yo estaba descubriendo esa melaza que es la plaza, mis pulmones abrumados por la exuberancia de olores. ¿Y todo eso qué tiene que ver conmigo, Juan Andrés? Pues todo, porque sobre los demás estaba la maracuyá, que mi mamá la prohibía porque a mi papá le daba agriera. Entonces salí como loco buscándome una maracuyá y ¡tas! Me choqué con vos, y ya sabes el resto, yo te hablé y te pregunté por los maracuyás y me dijiste que si quería me invitabas a juguito en tu casa, y yo dije 'rico', pero yo solo pensaba en meterte los dedos en ese nido que tienes en la cabeza. Entonces me dijiste que te cayera a las 4 y en esa puerta estaba yo como un güevón desde las 3:54, y entonces a las 4 toqué y me abrió Berta con sus sombras azules de puta de antaño y me dijo que vivías al frente. Que vergüenza.

¿Y qué pasó luego? ¡Pero si vos estabas! Si yo sé, pero quiero saber cómo lo viviste. Pues me abriste y yo me sentía en la plaza otra vez, me dolió la cabeza porque esa espesura dulzona y ácida y amarilla de los maracuyás todavía era demasiado para mi cuerpo. Yo creo que me viste la cara de mareo y abriste la ventana y me parecieron hermosas las cortinas de gaza gastadas, me sentí en una película cliché sobre el Caribe y sus mujeres, y ¿cómo no? Yo acostumbrado a mi vida de cachaco blanqueado que conoció el Mediterráneo antes que el Caribe. Y entonces nada de juguito, te fuiste al baño y la verdad es que yo tenía mucha sed y me puse a buscar el bendito jugo en la nevera, porque esta casa olía mucho y por alguna parte tenía que haber maracuyá. Entonces llegaste vos y detrás el olor. Y yo me imaginé que tu boca era fruta, y que los pelitos de tu sexo sin rasurar eran espinas, y que la carne debajo de ellos era la pulpa, esa que en mi casa estaba prohibida porque daba agriera, esa que yo me quería tomar aquel día tan caluroso cuando las cortinas se quedaron quietas aun cuando abriste la ventana. El calor era insoportable, pero peor era la distancia de los cuerpos. Cuando me acerqué a tus senos me di cuenta de que eras vos la que olía a maracuyá, que por alguna mutación tu cuerpo secretaba sudor con olor a fruta, un milagro mestizo, pensé. Pero tú ya sabes eso, porque me acuerdo cuando me contaste que fuiste la única niña de la que no se burlaron a los 12 por el olor a grajo después de la clase de deporte, y tampoco te dejaban de invitar a bailar aunque tuvieras el pelo pegado al cráneo y la camisa mojada y fría. Y yo que suponía que era porque mis caderas cautivaban a los machos. Pues si eso también nos gusta, pero es que tu olor…mira que hacerte sudar se ha convertido en una especie de reto, especialmente cuando los domingos el sol parece decidido a derretir el planeta y las cortinas nuevas se quedan quietecitas, como si por moverse fueran a alterar la química de tu cuerpo, temiendo tal vez contarle al mundo que aquí dentro vive una mujer que huele a amarillo eléctrico, que le da agriera a los godos capitalinos y los intoxica con su trópico.

Juan Andrés respondeme, ¿vos porqué te quedaste conmigo? Pues negra no sé, será porqué bailás bonito y tenés los ojos grandes. Vos siempre tan romántico…está haciendo como calor, ¿querés juguito? Pero eso sí, toca ir a la plaza por fruta.  



domingo, 16 de marzo de 2014

Puntico aparte.

Es bello lo simple, no lo simplista. 

miércoles, 12 de marzo de 2014

A veces pienso. Esta vez no.

Pensalo mejor, ¿de verdad querés oler a pescado toda la vida? Nadar es rico, pero más rico es sentir la arena en los pies, y para eso toca ser-humano. Fíjate que si sos sirena se te arrugan los deditos todo el día, y cuando acaricies a tu amado, él se va a sentir gerontofílico. A menos que la mitad pez del susodicho sea la de arriba, entonces los dos sentirían cosas feítas al tocarse mutuamente, y así si está chévere. Y si se casan y por falta de métodos anticonceptivos para sirenas y tritones tienen una cantidad inconmensurable de híbridos, pueden cortarse sus partes de pescado y asarlas a las brasas, para que ellos coman, todo sea por ver crecer a los pequeños. Y pues todo bien, yo prefiero quedarme mujer imperfecta de dos piernas cortas y sonrisa demasiado grande. Ahí nos pillamos. 

jueves, 16 de enero de 2014

¿Ves cara de pez?

El amor nunca es el mismo.

Suele pensarse que son pies enredados en la noche, besos tardeados, sexo mañanero. Pero no. O sí, pero es también un masoquismo cálido y ligero.

Es pensarse a veces, cuando el cuerpo que acompaña este mes no está ocupando la cabeza. Amarse puede ser no desearse. Pero claro, también es que un abrazo le haga temblar las piernas y un dedo en el cuello le moje los calzones bonitos que al menos esta noche no se cruzarán con la mirada del amado.

Amarse puede ser la vida sin la presencia asfixiante del otro. Es no compartir nada, excepto el amor y trazos en hojas de papel beige. Es también contra toda creencia, ausencia y silencio. Amarse es, claro está, querer fundir las lenguas con cada beso, porque tal vez sea el único del año.

Quererse con masoquismo cálido y ligero es ir contra los ritmos hiper veloces e hiper intensos. Es la forma más rica de quererse. La más incierta, la más ingenua, la más absurda. Es como ir llenando el mar gota a gota. Uno. Dos. Tres. Es un ritmo lento porque no se tiene prisa.

Algún día las gotas colmarán el vacío, y sin saber cómo, todas juntas se habrán convertido en un océano cálido y ligero. Una eternidad de agua esperando dos cuerpos que la habiten. Y entonces los amantes podrán sumergirse todo el día, todos los días.