sábado, 18 de octubre de 2014

Lo siento, pero lo siento.

Me cuesta entender el mundo despegado de mí. Va, mejor: me cuesta aprehender la vida creando fronteras entre el mundo y yo. Finalmente si algo se estrella con mis pupilas y viaja como electricidad a mi cerebro y allá se convierte en imagen, ya está dentro de mí, ya soy yo.

Lo mismo con las historias que me cuentan.

Es imposible que me cueste tanto escribirlas si ya me entraron por las orejas, si ya olí y comí con ellos el almuercito a cinco mil, si ya me escampé del aguacero y ya me maravillé con el mismo árbol que el criador de perros y gallinazos ha sembrado ya doce veces en el mismo campo de golf.

Si bueno, eso si mi memoria no se empeñara en borrar lo que pesa ¡error freudiano! iba a escribir: 'lo que me pasa'. ¿Vio? borro lo que me pasa y pesa, osea, todo. O bueno, casi todo. No borro lo que nace dentro: eso no.

La impresión se va, la sensación no.

Mire, siempre que explico mi posición digo "yo siento que". No "yo pienso que" o "yo creo que". Siento -¡ahí voy!- que la gente se podría dividir entre la que siente que, piensa que y cree que. Estar entre las primeras implica que todo lo que le pasa a uno hace que le florezca el alma (ah si, también somos muy cursis). Necesito apropiarme de las impresiones porque si no lo hago, se pierden.

Se borran porque me aburren, por eso siempre es mejor que me abrumen.

Siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario