miércoles, 26 de marzo de 2014

Maracuyá

Vos sabes que las plazas eran una vaina desconocida para mí. No te riás, que yo te he dicho cómo era en mi casa, si yo sé, ni se te ocurra contarme otra vez la historia de cuando conociste el mar. Bueno, ¿vas a dejar que te responda o no? Seguíme contando. Cuando entré yo sentí que los primeros segundos se me apagaron los ojos y a los pies le salieron raíces y me cortaron las orejas, y todas mis neuronas se dedicaron a oler. Es que yo nunca había olido nada que no fuera la comida de mi casa, ya en el plato. Fíjate que la asepsia es un valor indiscutible de la gente como mi familia, están obsesionados con la mutilación de la nariz, como si usarla mucho les fuera a dañar la operación para respingarla.

Entonces imagínate, yo estaba descubriendo esa melaza que es la plaza, mis pulmones abrumados por la exuberancia de olores. ¿Y todo eso qué tiene que ver conmigo, Juan Andrés? Pues todo, porque sobre los demás estaba la maracuyá, que mi mamá la prohibía porque a mi papá le daba agriera. Entonces salí como loco buscándome una maracuyá y ¡tas! Me choqué con vos, y ya sabes el resto, yo te hablé y te pregunté por los maracuyás y me dijiste que si quería me invitabas a juguito en tu casa, y yo dije 'rico', pero yo solo pensaba en meterte los dedos en ese nido que tienes en la cabeza. Entonces me dijiste que te cayera a las 4 y en esa puerta estaba yo como un güevón desde las 3:54, y entonces a las 4 toqué y me abrió Berta con sus sombras azules de puta de antaño y me dijo que vivías al frente. Que vergüenza.

¿Y qué pasó luego? ¡Pero si vos estabas! Si yo sé, pero quiero saber cómo lo viviste. Pues me abriste y yo me sentía en la plaza otra vez, me dolió la cabeza porque esa espesura dulzona y ácida y amarilla de los maracuyás todavía era demasiado para mi cuerpo. Yo creo que me viste la cara de mareo y abriste la ventana y me parecieron hermosas las cortinas de gaza gastadas, me sentí en una película cliché sobre el Caribe y sus mujeres, y ¿cómo no? Yo acostumbrado a mi vida de cachaco blanqueado que conoció el Mediterráneo antes que el Caribe. Y entonces nada de juguito, te fuiste al baño y la verdad es que yo tenía mucha sed y me puse a buscar el bendito jugo en la nevera, porque esta casa olía mucho y por alguna parte tenía que haber maracuyá. Entonces llegaste vos y detrás el olor. Y yo me imaginé que tu boca era fruta, y que los pelitos de tu sexo sin rasurar eran espinas, y que la carne debajo de ellos era la pulpa, esa que en mi casa estaba prohibida porque daba agriera, esa que yo me quería tomar aquel día tan caluroso cuando las cortinas se quedaron quietas aun cuando abriste la ventana. El calor era insoportable, pero peor era la distancia de los cuerpos. Cuando me acerqué a tus senos me di cuenta de que eras vos la que olía a maracuyá, que por alguna mutación tu cuerpo secretaba sudor con olor a fruta, un milagro mestizo, pensé. Pero tú ya sabes eso, porque me acuerdo cuando me contaste que fuiste la única niña de la que no se burlaron a los 12 por el olor a grajo después de la clase de deporte, y tampoco te dejaban de invitar a bailar aunque tuvieras el pelo pegado al cráneo y la camisa mojada y fría. Y yo que suponía que era porque mis caderas cautivaban a los machos. Pues si eso también nos gusta, pero es que tu olor…mira que hacerte sudar se ha convertido en una especie de reto, especialmente cuando los domingos el sol parece decidido a derretir el planeta y las cortinas nuevas se quedan quietecitas, como si por moverse fueran a alterar la química de tu cuerpo, temiendo tal vez contarle al mundo que aquí dentro vive una mujer que huele a amarillo eléctrico, que le da agriera a los godos capitalinos y los intoxica con su trópico.

Juan Andrés respondeme, ¿vos porqué te quedaste conmigo? Pues negra no sé, será porqué bailás bonito y tenés los ojos grandes. Vos siempre tan romántico…está haciendo como calor, ¿querés juguito? Pero eso sí, toca ir a la plaza por fruta.  



domingo, 16 de marzo de 2014

Puntico aparte.

Es bello lo simple, no lo simplista. 

miércoles, 12 de marzo de 2014

A veces pienso. Esta vez no.

Pensalo mejor, ¿de verdad querés oler a pescado toda la vida? Nadar es rico, pero más rico es sentir la arena en los pies, y para eso toca ser-humano. Fíjate que si sos sirena se te arrugan los deditos todo el día, y cuando acaricies a tu amado, él se va a sentir gerontofílico. A menos que la mitad pez del susodicho sea la de arriba, entonces los dos sentirían cosas feítas al tocarse mutuamente, y así si está chévere. Y si se casan y por falta de métodos anticonceptivos para sirenas y tritones tienen una cantidad inconmensurable de híbridos, pueden cortarse sus partes de pescado y asarlas a las brasas, para que ellos coman, todo sea por ver crecer a los pequeños. Y pues todo bien, yo prefiero quedarme mujer imperfecta de dos piernas cortas y sonrisa demasiado grande. Ahí nos pillamos.