lunes, 12 de mayo de 2014

Sobre la nostalgia y otros cuerpos celestes

De los dolores sabrosos del alma, esos que llegan en forma de olas meciéndose suavecito, me quedo con la nostalgia sobre la melancolía. De ella me gusta que sea regreso y dolor, que sea saudade. Que rete a mi muy desarrollada capacidad del olvido. Que requiera un pasado bien clarito que pueda desdibujarse, moldearse y  remodelarse cuando y como a uno se le de la gana.

Me gusta que sea estar sin estar, que no importe si al trazar la línea se siguen los puntos o se pinta en una hoja en blanco, pues cualquier versión del recuerdo traerá consigo la tranquilidad y la angustia del pasado. La nostalgia es tener la certeza de que en algún momento uno existió. Pero al mismo tiempo es torturarse con la espantosa posibilidad de haber vivido ya cualquier cosa memorable. Es mirar una estrella: saber que los ojos están viendo el pasado, pues el presente es pura ausencia.

La melancolía en cambio es una masa sin pies ni cabeza. Cuando no es un capricho, es un vicio un tanto más saludable que el alcohol y un tanto menos que la escritura. Así como las nebulosas tienen dentro de sí la posibilidad de crear estrellas o son el resultado de una ya muerta, la melancolía contiene todos los dolores, o es producto de uno ya extinto. Es una tristeza perpetua que todo lo alberga ¡muy bello! diría uno. Pero la trampa de tenerlo todo es que en realidad no se tiene nada. Y en las dualidades siempre escojo la peor opción. Nada puedo hacer: dicen los astros que soy pesimista y nostálgica de nacimiento.

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