lunes, 19 de agosto de 2013

Lo irremediable de la muerte

"No muerdas la mano que te da de comer". Pero podés rechazarla, negarla, irte caminando sin explicaciones. Y ahí empezás a morirte. Comienza la abulia, el cansancio. Claro, tenés hambre. Pero decidiste que la mano que te da de comer te cansó. Sus uñas demasiado cortas, los dedos demasiado fríos. Ella, demasiado insistente. Y ya no querés hacer nada. Claro, se te van las fuerzas. Se te marcan los huesos, la lengua no te responde. Ya no querés estar más aquí. Demasiados años, demasiada vida vivida. Y no sos lo que eras. Ni la sombra, ni el recuerdo, ni nada. Te vas volviendo pequeñito. Claro, si no comés. Pero vos le echas la culpa a la mano que te da de comer, por fea, por vieja, por ser siempre la misma.


Se te cae el pelo.
Tenés frío, tomás el sol como las plantas. Quieto, apático, vegetal.
Temblás al pararte.
Te queda sin músculos que te sostengan la sonrisa.
Y, como no sos ningún héroe, llega la muerte, de a poquito, a tus ojos. 


Y te morís sin darle gracias a a mano que te dio de comer. Porque terminaste aborreciéndola, porque te violaba la boca metiendote comida y pastillas a cucharadas, a ver si vivías. Y cuando ya ni agua podés recibir, te das cuenta que la mano estaba pegada a un cuerpo. Y a un rosto ahogado en agua salada. Y querés vivir, y tratás de alzar la cabeza para comer algo, pero no puedes, porque ya no tenés huesos, ni músculos, ni nada. Solo vos y tu abulia, para siempre. 

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