lunes, 6 de junio de 2011

El Muñeco de la Mafia (Pt. 1)

Le decían El Duende, cuenta mi padre con una mirada de pánico. "Ese hombre era un diablo, un demonio enviado por Satanás. Ese hombre no era hombre" dice, tratando de apartar una imagen ficticia que se crea ante sus ojos. El temor que despertaba ese narcotraficante no solo en mi padre, sino en todos los habitantes de mi país, hacía creer que sí podría ser una criatura maligna, un enviado del ángel caído.


Los recortes de prensa y noticias que he visto sobre él justifican ese pavor colectivo: no solo convirtió a mi país, Cocalombia, en el más peligroso de mundo, y a mi ciudad, Metrallo, en un antro de prostitutas caras, sicarios, droga y violencia, sino también en una ciudad fantasma con policías abaleados por otros policías, bombas con diferentes presentaciones en cada esquina (carro-bomba, caballo-bomba, pájaro-bomba, entre otros de un extenso arsenal) y dónde la ley del más fuerte -o el más armado- reinaba, y la gente buena y trabajadora como mi padre, debía permanecer lo más lejos posible de la calle, cualquier calle. Era un estado de sitio no impuesto por el poder ejecutivo de Cocalombia, sino por su presidente: El Duende Boresca.


El Duende era el narcotraficante más poderoso del mundo. Controlaba la principales rutas de tráfico de drogas, armas y mujeres de Cocalombia y todo USAmérica. Sus únicos rivales eran una banda de mariachis mexicanos que lograban camuflar armas en guitarras y violines, y mujeres en guitarrones. Pero en el negocio del polvo mágico, del Joy Powder, El Duende era el único, el más grande. Obviamente en sentido figurado, pues Boresca no medía más de un metro con 20 centímetros. Sus desproporcionadas medidas (una cabeza demasiado grande respecto al cuerpo), sus brazos cortos y pequeños dedos rollizos adornados con estrafalarios anillos de oro y esmeraldas, su cuello ataviado con cadenas moldeadas en forma de serpiente, sus pies torcidos siempre en unos bubblegummers que remataban unas piernas de bebé, sumados a su peculiar tono de voz -algo así como un híbrido entre un delfín y un grito gutural- y a su caminar pausado y difícil, daban la impresión de estar presenciando a un ente demoníaco cuyos pequeños ojos parecían hechos del más negro y espeso petroleo. Un ente salido de un aquelarre llevado a cabo en las profundidades de la tierra.


Exceptuando su estatura, todo en la vida del Duende Boresca era exceso. Pero tal vez lo más ostentoso que tuvo Boresca...

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